sábado, 2 de julio de 2011

ESPÍRITU Y VOLUNTAD.

Cuando éramos muy jóvenes, no nos explicábamos cómo hacían las personas para soportar las vicisitudes que a diario padecían. Nos sentíamos incapaces de lograrlo.

Luego fuimos conociendo lo desagradable de la vida. Algunas separaciones de los seres queridos, la enfermedad, la ingratitud, la vejez y hasta la misma muerte. Fui comprendiendo que todos estos sucesos formaban parte de la vida, que no podía separar para mí, sólo la dicha y la paz.


Entonces comprobamos que era necesario adiestrarnos para sortear todos esos obstáculos y adversidades y comenzamos a fortalecer la voluntad y el espíritu. Necesitábamos hacer acopio de todos nuestros recursos, necesitábamos de la serenidad para hacer frente a las desgracias. Logramos entonces detenerme justo en el momento en que nuestro espíritu parecía desfallecer, y la fortaleza fue haciendo en nosotros, su casa.

Nuestra mente y nuestro corazón aprendieron a decidir juntos. Ni arrebatos sentimentales ni frías conclusiones, todo debería marchar al unísono, como el fino engranaje de un reloj.

A esto, que yo llamo fortaleza, le debemos el haber conseguido la armonía que hoy sentimos en nuestra vida. Sé que aún nos falta mucho por aprender, que cada día que amanece puede traernos algunas sorpresas, pero ya no les tememos. Comenzamos a prepararnos desde muy jóvenes para enfrentarlas y ahora, cuando el camino se hace más corto, no permitimos que nada ni nadie perturbe aquella serenidad que conseguimos con tanto esfuerzo.

Pero bien valió la pena, hoy podemos manifestarlo en toda su plenitud.

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