lunes, 19 de septiembre de 2011

SOÑAR DESPIERTO. Nota reeditada

Mucho se ha dicho y escrito a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI acerca de la necesidad de ser prácticos y no perderse en la nebulosa de sueños y quimeras. Y es cierto –en parte-, ya que la sociedad actual demanda de todo hombre y mujer una perfecta coincidencia con su acelerado ritmo, hecho de avances y descubrimientos llenos de tecnología, a cuál más intrépido y sofisticado. 


De acuerdo, no podemos vivir separados de una realidad y un tiempo al que pertenecemos, sería absurdo y hasta torpe pretenderlo. Pero, me pregunto en mis incansables horas de reflexión, ¿cómo desprenderse de esa capacidad y necesidad humanas de elevarse sobre las cosas materiales y acceder a ese espacio íntimo en el que habitan nuestros más recónditos anhelos? ¿Dónde arrinconar nuestros sueños, aquéllos que fuimos tejiendo desde nuestra infancia y juventud, y que constituyeron la parte amable y gozosa de nuestra existencia? 

Quizás, sigo reflexionando, haya una etapa de la vida en la que el tiempo, insobornable, no nos permita detenernos a cuantificar la importancia de aquellos estados. Quizás haya que esperar que discurran las aguas turbulentas de la adultez, con su carga de obligaciones y “póngase usted al día”, porque si no se corre el riesgo de ser arrastrado sin misericordia por el torbellino arremolinado del llamado “progreso”. 

¿Habrá que esperar entonces a que pase el vigor y la audacia de la juventud para reparar en aquello maravilloso que nos estamos perdiendo? 

Hoy, con la experiencia que me otorga los tantos años vividos (cincuenta y cinco), debo confesar que lamento no haberme dado cuenta de ello años antes. 

¡Cuánta belleza no apreciada! ¡Cuánto disfrute negado a nuestros ojos, a nuestros oídos, a nuestro espíritu, en suma! 

Por esto, cuando encuentro una persona que, sin perder de vista a la realidad, sin menospreciar los innegables adelantos de la ciencia y la técnica, sabe arrancarle a éstas la porción de sueños que lo eleve por caminos infinitos, por esto, repito, me declaro un incondicional admirador de ella, y alimento sus sueños y me siento partícipe de ellos, porque nada se compara a ese estado de privilegio en el que el hombre, sin dejar de serlo, se asemeja a los ángeles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario