Caminamos sedientos por el agreste desierto de las preguntas. Cada nueva pregunta que nos hacemos es un paso más que nos aleja del único pozo de agua que existe en ese desierto. Nos encontramos absortos, nuestra lógica mente tiene una nueva pregunta y por ello creemos que somos capaces de desafiar al corazón en su auténtica lucha por colmarnos de respuestas. Seguimos dando pasos en la dirección equivocada. ¿Dónde encontraremos agua? nos preguntamos. Y avanzamos nuevamente en la dirección contraria. ¿No nos han dicho que hay un pozo cuya agua es deliciosamente fresca y cristalina? ¿Adónde vamos tan sedientos sino por un simple sorbo de agua?
Mientras el fulgurante sol extrae nuestras últimas gotas de sudor damos un nuevo paso hacia la sed, hacia un poco más de sed. Esta vez nos preguntamos ¿Hallaremos el pozo más al sur, nos han dicho que hacia el sur estaba? Observamos el sol quemante del mediodía y es imposible hallar el sur; justo encima de nosotros no reflejamos ni un milímetro de sombra; ni un rastro de orientación nos regala el sol justo encima de nosotros. Así, resignados insistimos con las preguntas ¿Qué habremos hecho para merecer esto? ¿No es acaso suficiente para nosotros sentir esta extrema sed? ¿No es el sol testigo de nuestra desgracia como para perjudicarnos con su indiferencia? Muchos pasos hemos dado aquí dejando aún más atrás el pozo. Insistimos con morir de sed, insistimos con preguntarnos más y más. Aclamamos: ¿Dónde está el pozo, donde está? Más no reparamos en que nos hemos perdido, en que no sabemos hacia dónde vamos.
Hay una verdad que trasciende toda pregunta, que supera todas las barreras de la incomprensión y que va más allá de cualquier duda, de cualquier estado de confusión. Hay una verdad que se escribe con cada latido de nuestro corazón, que se pronuncia con cada vaivén de nuestra respiración. Nosotros somos esa Verdad mientras la vida acaricie el rostro de nuestra Alma. Hay un pozo rebosante de agua fresca y pura al que podemos acceder sin dar un solo paso. Ni un paso hay que dar para mojarse los resquebrajados labios que el inclemente sol ha surcado con profundas grietas de incertidumbre. El pozo está en nosotros, dentro de nosotros, en nuestro Interior. Podemos saciar nuestra sed; podemos refrescar nuestra Alma y despojarla completamente de la agobiante desesperanza que el agreste desierto de la duda a cargado sobre sus hombros. Comprendamos que todo lo que necesitamos para este viaje de la existencia ya nos ha sido dado; ya está en nosotros. No necesitamos mapas; no necesitamos brújula; no necesitamos seguir la senda que dibujan las estrellas en el firmamento. Solo escuchemos los latidos de nuestro corazón que, como un tambor en carnaval resuena al compás de la danza de la presencia. Reconozcamos nuestra sed y sabremos de la existencia de ese pozo del que nos hablo. Ignoremos nuestra sed y no habrá necesidad de agua. ¿Acaso cuando no sentimos sed bebemos agua? Solo quien esté realmente sediento irá en busca desesperada del tan ansiado pozo pues sabe que morirá si no lo hace. ¿Creemos que importa la calidad del agua cuando la sed es una necesidad urgente y vital?
No nos fijamos en las etiquetas; no nos importa si está completamente fría; ni siquiera consideramos el hecho de que esté algo sucia. Eso de incolora, inodora e insípida se vuelve irrelevante para quien siente auténtica sed vital. No es el agua lo importante sino la sed. Podemos buscar agua en diferentes pozos, de distintas calidades y en miles de diferentes recipientes pero eso solo es posible cuando la sed no es una necesidad evidente. Cuando sí lo es, ninguna condición se vuelve más importante que el agua en sí misma, agua simplemente. Sintamos la necesidad genuina y el agua se volverá una solución para nuestra sed.
Si vamos por el desierto en busca de agua comprendamos que necesitamos respuestas; necesitamos saber dónde está el pozo para hallarlo antes de que sea tarde. Si creemos que podemos preguntarnos acerca de su ubicación exacta solo nos alejarás de él. Si Comprendemos que tenemos la respuesta; si sabemos que el pozo está en nosotros, la pregunta ¿dónde está el pozo? se vuelve irrelevante. La duda se desvanece y la sed es saciada. Vayamos en busca de respuestas y sumerjámonos en el maravilloso océano del saber, donde abundan los signos de admiración; donde no existe un solo signo de interrogación. ¿Qué esperamos para navegar en las calmas aguas de la claridad que las respuestas pueden proporcionarnos? Nos empecinamos en naufragar, ocupémonos solo en navegar. El ajetreo de las aguas del mar solo se debe a que la duda nos ha tocado, se ha apoderado de nosotros. No es el barco en el que naufragamos un problema; no se trata del barco sino de en que aguas decidamos embarcarlo. Busquemos la serenidad que proporcionan las respuestas; busquemos la tranquilidad que trae consigo el saber y el comprender. No nos embarquemos en la tormentosa noche de las preguntas que, además de castigar nuestra nave con gigantescas olas de incertidumbre y confusión, nos recubre con la densa oscuridad de sus lógicas argumentaciones. Si queremos capitanear nuestro barco hagámoslo sabiendo que arribaremos a tierra firme con la tripulación a salvo. Disfrutemos del viaje, evitemos la niebla y las tormentas; naveguemos sobre las aguas claras de la comprensión.
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