TEMPLANZA, VIRTUD QUE DOBLEGA LOS EXCESOS
Templanza, para la doctrina cristiana, es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados y compartidos. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar “para seguir la pasión de su corazón”. La templanza es a menudo alabada en el Antiguo Testamento: “No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos refrena”. En el Nuevo Testamento es llamada “moderación’ o ‘sobriedad”, tal como se afirma en la Carta Paulina “(debemos) vivir con moderación, justicia y piedad en el siglo presente” (Tt 2, 12). Viene de la palabra templo, y nos lleva a considerar nuestro cuerpo como un templo y en resumen significa moderación de los actos de los creyentes.
Es la lucha racional, contra la lucha pasional de los placeres humanos no espirituales. Pero la palabra implica una balanza positiva, tener templanza es ser equilibrado.
La tendencia natural hacia el placer sensible que se observa en la comida, la bebida y el deleite sexual es la forma de manifestación y el reflejo de fuerzas naturales muy potentes que actúan en la propia conservación.
Estas energías vitales representan la actividad de la vida y, cuando se desordenan, se convierten en energías destructoras.
La templanza no significa perdida de entrega, se reconoce como una virtud.
La templanza o dominio propio, la tercera de las Siete Virtudes Capitales, se define como "aquello sobrenatural que modera la inclinación a los placeres sensibles, especialmente del tacto y del gusto, conteniéndola dentro de los límites de la razón iluminada por la fe. Esta virtud pudiera constituirse en la decana de todas las demás. Sin en el ejercicio de ella, la vida no sería más que una apariencia piadosa. Y es que al tratar de ponerle linderos a nuestros propios impulsos, esta virtud se encuentra con un gran gigante que no está dispuesto a ceder tan fácilmente su control; estamos hablando de nuestro propio YO, nuestro EGO. De este modo, la templanza lucha contra las incontroladas tendencias del carácter y de la naturaleza carnal, tales como: el egoísmo, la vanagloria, el orgullo y el desenfreno en los apetitos temporales. Un sinónimo muy cercano a la templanza es la continencia. Esta es la virtud que modera y refrena las pasiones y afectos del ánimo. La persona que la practica vivirá con sobriedad y templanza. En una sociedad que abre cada vez más sus puertas al relativismo moderno, donde a lo bueno se le dice malo y a lo malo bueno, la templanza se convierte en un campo de batalla cotidiana para no ceder ante tanta permisología, Y es que ejercer el dominio propio con tanto acoso, con tanto bombardeo publicitario, pareciera ser un desafío que pertenece a pocos valientes. Los que hacen de esta virtud su lema se elevan sobre las alas del éxito.
"El hombre más poderoso es el que es dueño de si mismo. Reinar sobre sí mismo es el reinado más glorioso". Y la verdad es que si no somos dueños de nuestro carácter, y ejercitamos autoridad sobre aquellos apetitos desordenados que batallan en nuestra mente, otros "dueños y gobiernos" ocuparán la ciudadela del alma. Sobre este particular nunca había sido tan oportuno y bienvenido el proverbio que sentencia, "mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el toma una ciudad" (Proverbios 16:32). El ejercicio de la templanza tiene, pues, un valor capital. Lo tiene en la formación del carácter. Hay una tendencia muy marcada a reaccionar con ciertos arrebatos y rabietas cuando algo no nos agrada o cuando alguien nos arremete o nos agrede. El levantar la voz, el decir palabras hirientes, el ofender con obscenidades y el llegar hasta la violencia física, son los escenarios donde no impera la templanza. Pero también tiene valor para el desvarío de los deseos de la carne. La falta de dominio propio en lo que comemos, en lo que vemos y en lo que tocamos nos puede conducir a disoluciones que terminarán dejando una conciencia culpable, efectos secundarios en el cuerpo y dolor en los ofendidos.
Sin embargo, y contrario a lo arriba expuesto, la templanza está muy unida a los éxitos de la vida. El hombre que sabe controlarse frente a una palabra exacerbada forma parte de los que saben que la "blanda respuesta quita la ira". El que logra estar firme frente al acoso de una tentación constante será invitado a subir al podio donde se premia la abstinencia. Hay un hombre en la historia bíblica que encarnó el valor de la templanza. Tal ejemplo no fue obtenido en el seno de su familia pues lo menos que vio allí, tanto en su padre como en sus hermanos, fue una vida circunspecta. Su nombre fue José. Vendido por sus hermanos a los amalecitas y por ellos a Potifar, un oficial Egipcio. Por sus cualidades éticas se constituyó en un hombre fuera de serie para su tiempo. Él despertó tan singular confianza en su amo que éste lo puso como mayordomo de todas sus pertenencias. Pero la mujer de Potifar, sabiendo que José era de hermosa presencia, lo acosaba siempre, y un día lo acosó para acostarse con él, pero éste huyó dejando en sus manos la ropa. Esa actitud lo llevó a la cárcel, pero también a su grandeza. Dios honró su templanza levantándolo como el más grande después del faraón. La pregunta que le hizo a la mujer tentadora, que demostró su dominio propio, es digna de ser vivida: "¿cómo, pues, haría yo este gran mal, y pecaría contra Dios?" (Génesis 39:9-12).