jueves, 12 de enero de 2012

VIVIR POR LAS SIETE VIRTUDES. PARTE VII

DILIGENCIA, VIRTUD DADA PARA LO IMPOSIBLE


“En la religión cristiana la diligencia es la virtud cardinal con la que se combate la pereza. La diligencia procede del latín "Diligere" que significa Amar, pero en un concepto más vago que de su similar latín "Amare" que es más general. Forma parte de la virtud de la caridad ya que esta motivada por el amor.
La diligencia, en sentido más alto, es el esmero y el cuidado en ejecutar algo. Una prontitud de hacer algo con gran agilidad tanto interior como exterior. Como toda virtud se trabaja, netamente poniéndola en práctica.
En su calidad de virtud, la diligencia abarca a Dios, a uno mismo y con los demás:
  • Diligencia con Dios significa cumplir con los compromisos con Él (oraciones, promesas, mandamientos, etc).
  • Diligencia con uno mismo significa no ser inactivo, no caer en la pereza, con metas fijas y cumpliéndolas a tiempo.
  • Diligencia con los demás significa poner entusiasmo en las acciones que se realizan con y para ellos.”
TEXTO COPIADO DE WIKIPEDIA


Con esta entrega llegamos al final de las “VIVIR POR LAS SIETE VIRTUDES”. Presento a la diligencia como la última en este orden, pero no por ello deja de opacarse el brillo de su importancia. La diligencia tiene que ver con la actividad y esmero en hacer algo. Son sus más cercanos sinónimos: la prontitud, el cuidado y el esfuerzo. Una vida adornada con la diligencia tiene parte del camino andado. Muéstrenme un hombre que arranca aplausos al ser premiado por su carrera, que ha logrado almacenar su fortuna con honestidad, que no se doblega ante las adversidades, que se mantiene en la cima de sus éxitos (siendo reconocido por propios y extraños), y yo les mostraré a un hombre que comulga con la diligencia. “Pocas cosas resultan imposibles a la disciplina y a la habilidad” Samuel Johnson. Y es que en este cuadro de virtudes, la diligencia llega a ser como el combustible que mueve a las anteriormente presentadas. Sin diligencia no hay estudio que prevalezca, no hay trabajo que sea premiado, no hay familias que sean estables y tampoco habrá una sociedad que tenga destellos de prosperidad. Con la diligencia se levanta el edificio de la felicidad.

El oficio de llegar a ser un taxista en cualquier otra parte del mundo, en especial en nuestros contextos hispanos, a lo mejor no requiere de mucho esfuerzo y diligencia para aprender las mejores rutas y las direcciones o ubicaciones exactas. Pero si queremos convertirnos en uno de los más de veinte mil taxistas certificados de la ciudad de Londres, prepárense para estudiar mucho. La única manera de colocarse detrás del volante de un taxi en Londres es dominando The Blue Book (El libro azul), el manual para un curso que toma entre dos y cuatro años terminar. Puede, después de haber dominado el libro, que sólo se necesiten unos cuantos minutos para que el conductor de un taxi negro tradicional le lleve de un punto a otro, pero saber cómo llegar allá requiere años de estudio. Todo en la vida demanda esfuerzo, sacrificio, dedicación y disciplina. Muchos se lamentan de su pobre condición académica, pero nunca se esforzaron por conquistar alguna carrera. Otros se lamentan de su condición económica, sin embargo viven para el ocio y sin dedicación al trabajo que le llega a sus manos, otros (como en nuestra querida Venezuela) esperando las ayudas de otros o las que vienen del estado. Se dice que la diligencia, la solicitud y la prontitud marchan unidas. Sin la aplicación de ellas no se irá a ningún lado. El sabio Salomón decía: “¿Has visto hombre solícito en su trabajo? Delante de los reyes estará; no estará delante de los de baja condición” (Proverbios 22:29)

Si algo hay que reconocer en el apóstol Pedro, uno de los doce discípulos de Cristo, fue su carácter diligente para pensar y hacer las cosas. Es cierto que en varias ocasiones, por su espíritu siempre presto, cometió errores como lo haría cualquier otro humano. Su más brillante actuación la tuvo, sin lugar a duda, después de la resurrección de su maestro. Después de allí, Pedro es el hombre que corre, que habla con poder, que sana y que hace maravillas. Hizo de la diligencia un asunto de honor. No vaciló para hablar en los momentos coyunturales y se esforzó como un fiel testigo del evangelio que proclamó. En su primera carta universal le dedicó todo un párrafo para hablar de la vida que tiene éxito y que no claudica. En ella elogió el valor de la diligencia cuando escribió: “Poniendo toda diligencia... añadid a vuestra fe virtud, a la virtud conocimiento; al conocimiento dominio propio; al dominio propio paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor” (2 Pedro 1:5). Él dijo que si estas cosas abundan en una persona, no le harán caer jamás. Alguien reconociendo el éxito de su vida decía que se lo debía al hecho de haber llegado un cuarto de hora antes a su trabajo. Si esto es cierto para las cosas temporales, mucho más lo debiera ser para los asuntos eternos. La recomendación bíblica es, "procura con diligencia presentarte a Dios...".

La gran tragedia en la vida pudiera ser que seamos diligentes para lo temporal y pasajero y descuidemos el destino eterno.

Mucho esfuerzo, tiempo, dedicación, investigación, sacrificio y disciplina he puesto para hacerles llegar estas SIETE ENTREGAS, las cuales me han alimentado profundamente en espíritu. Espero que de alguna manera les ayuden a todos aquellos que se tomaron la molestia, el tiempo y la amabilidad de seguirlas desde un primer momento. Todo esto nació de un escrito previo “MORIR POR LOS SIETE” y del cual recibí comentarios muy profundos y agradezco muy especialmente a José Ignacio Amundaraín, compañero y amigo que con su comentario prendió las chispa que encendió el motor de una idea que me había formado, llevarles a Ustedes en siete entregas las bondades de estas SIETE VIRTUDES: 1.- Humildad; 2.- Castidad; 3.- Templanza; 4.- Caridad; 5.- Paciencia; 6.- Generosidad y por último 7.- Diligencia.

DIOS LOS BENDIGA A TODOS Y SEGUIRÉ COMPARTIENDO CON USTEDES DESDE LO PROFUNDO DE MI TINTERO (CORAZÓN).

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