El año pasado escribí dos Notas en relación al
silencio. En “EL SILENCIO ES ORO” trate de expresar la importancia de mantener nuestras
ideas, sueños y planes en silencio hasta el punto en el cual pueden ser
entonces transmitidos para evitar que alguien o algo estropeen nuestros planes
para alcanzar los sueños o concretar nuestras ideas.
Existe también otra faceta del silencio,
aquella que nos permite reaccionar de la mejor manera.
Todos vivimos situaciones en las que los
ánimos están crispados y flechas invisibles cruzan el espacio social. Estas
situaciones se dan en las esferas más diversas de la convivencia: en la
familia, en el trabajo, en una reunión de vecinos o de amigos. La experiencia
me ha enseñado que, en estas circunstancias, la conducta más apropiada es el
silencio.
No me refiero al silencio ominoso que juzga
ni al silencio distante y neutro del que no quiere ser herido por esas flechas
invisibles. Pienso en el silencio respetuoso y compasivo que absorbe las crispaciones
y se esfuerza por comprenderlas. Este silencio da salida a sentimientos que ahogaban
y que, repentinamente, brotan en desorden. Este silencio transmite, a la vez,
aceptación hacia el otro y la voluntad de entender la explosión afectiva. Este
silencio ilumina el oscuro rincón interior y deshace el nudo paralizante. Este
silencio, cuando los ánimos se han desahogado, toma la palabra y brinda la
reflexión oportuna. No impone, sino que sugiere.
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